¿Has llegado al mundo de la investigación genealógica buscando el escudo de tu apellido? No te preocupes, no estás solo. Muchos también nos dejamos atraer en algún momento por los cantos de sirena: lo importante es rectificar a tiempo.
¿Todavía estás empeñado en encontrar la descripción exacta del escudo de tu apellido y su solar de origen en gruesos volúmenes de heráldica? Sigue leyendo.
La heráldica tiene su origen en la Edad Media y su función inicial era distinguir, en el fragor de la batalla -más tarde en los torneos- a unos caballeros de otros, irreconocibles con sus armaduras completas. Por tanto, inicialmente era una forma de identificación personal que posteriormente evolucionó hasta adquirir otros usos.
Muy pronto se transformó en un símbolo de linaje. El escudo del caballero que lo inicia es adoptado por sus descendientes en un determinado momento, como símbolo de estatus, y va siendo heredado por las sucesivas generaciones (en concreto por la rama principal, es decir, la primogénita o la línea recta de varón). El resto de ramas suelen adoptar variantes o escudos distintos que se adecúen más a su historia o a sus gustos.

La representación gráfica de la heráldica irá evolucionando y haciéndose más compleja. Desde muy pronto, el campo del escudo se va a dividir en «cuarteles» para representar las uniones de linajes. Por todo esto, la heráldica es una fuente importante para la reconstrucción de los linajes.
Ya vamos teniendo varios elementos que ayudan a matizar el asunto de la heráldica: su origen como elemento de identificación personal y su evolución como elemento identificador del linaje. No de un apellido, que en aquel momento no existía tal y como hoy lo conocemos, sino más bien de una familia. Una familia que va a tener un origen aristocrático, desde infanzones o hidalgos a Grandes de España, incluyendo, por supuesto, a las familias reales. También van a adoptar la heráldica en algún momento entidades, gremios e instituciones y también los altos cargos eclesiásticos. La posesión de un blasón, que solía colocarse en un lugar visible, estaba regulada y era prueba de la pertenencia a uno de estos grupos privilegiados. Por tanto, nuestros antepasados del estado llano nunca tuvieron un escudo, y si hubieran intentado apropiarse de uno habrían sido denunciados.
En resumen, apellidarse Borbón, por poner un ejemplo muy claro, no implica que tu escudo sea el de la familia real española o el de alguna de sus múltiples ramas. De hecho, Borbón es un apellido toponímico que, además de los miembros de la Casa Real o de algunas familias aristocráticas, tiene mucha gente con origen lejano en ese lugar y que nunca pertenecieron a un linaje aristocrático, y mucho menos poseyeron armas heráldicas.
¿Podría alguno de esos escudos existentes formar parte de la historia de tu familia? Es bastante difícil, pero, si fuera así, la única manera de saberlo es, ¡oh sorpresa!, iniciando una investigación genealógica. Y siempre, recuerda, hecha con método y bien documentada.